Pueyrredón y Bartolomé Mitre, esquina sórdida, humo de caños de escape. Gente durmiendo en la vereda, calor, olor, pavimento rajado lleno de orín y muerte. Contenedores repletos de basura, moscas, ratas.

De Plaza Miserere poco y nada queda. No parece verdad que ya hayan pasado veinte años desde aquel día. No sé si olvidarla o recordarla. Ya es todo muy confuso. A lo lejos veo acercarse el Tren Sarmiento, igual de lento que siempre. Hasta el día de hoy cuelgan de los cables de luz las zapatillas de los chicos de Cromañón. El pasaje aun cortado, totalmente abandonado.Tomado asiento en el primer vagón, observo el desfile de vendedores ambulantes. Uno de ellos es un hombre ciego. Vende anteojos anti-ondas electromagnéticas, importados de China. Como si a él le hubieran servido. Es una propaganda decadente en dos pies tambaleantes y un bastoncito.

Estación Caballito. En los escombros del andén de la calle Rojas descansa otro vendedor. Cuatro drones autónomos a cinco mil CryptoKirchner. Una ganga. sí que son útiles las CK, me salvaron cuando llegó la Amenaza Desconocida y cubrió todo durante unos largos siete meses. De a poco, millones perecieron ante la catástrofe. Sol y lluvia ya no más, solo frío seco.Los gobiernos fueron desapareciendo, uno después del otro. A Biden se lo comió un grupo de caníbales antivacunas muertos de hambre. Putín, desaparecido ¿Noticias de él?, ninguna. Se rumorea entre albañiles que Zelenski lo hizo sopa.

Estación Flores. Hacia el oeste yace el sol en su naranja pedestal, cumpliendo con el sublime descenso del ocaso entre radiantes descargas violáceas. La gente empuja tratando de entrar al vagón, con la misma fuerza de muchedumbre de cuando me escondí en los Subsuelos del Spinetto para sobrevivir. Junto con medio barrio de Balvanera, en ese momento se hizo evidente el futuro, el principio del fin sin final. Los rusos entraron en Ucrania. Ingresaron al Bosque Rojo y a la central de Chernóbil. Sin saberlo liberaron al pie de elefante, La Amenaza Desconocida. Un residuo del primer, pero no último, desastre nuclear de este vasto mundo.

Estación Floresta. Se extraña al vendedor de medialunas y café. No queda nada. Ni el recuerdo del olor, solo unas ruinas vacías, ni significado les queda. El orden, o desorden, mundial. Al final solo sobrevivieron los que no tuvieron revolución industrial, los del modelo por sustitución de importaciones, los de la dictadura, los que padecimos el corralito, la deuda externa, la miseria. Los de un país de tercera.

Estación Villa Luro. Cada vez más cerca de la Gomería del Gordo Cósmico. Nadie podría haber predicho que en esa miseria abandonada de San Justo se hospedaría el líder del Nuevo Mundo de la Plata.

Estación Liniers. Descansan en Rivadavia al 11400 dos carteles quemados de dos zapaterías opuestas. Antes de la calle Carhué, Izquierdo. Cruzando Carhué Derecho. Se dice que para comprar zapatos tenías que ir a las dos tiendas, porque en Derecho solo vendían calzado para diestros, y en Izquierdo para zurdos.

Estación Ciudadela. Cruzando la avenida General Paz no queda nada. Ni cementerio ni las torres de Fuerte Apache. Sólo gente, mucha gente, caminando y buscando algo para comer. Cuelgan, de los pocos postes de luz que quedan, carteles de la foto del Libertario Milei. Murieron todos, sobrevivió él. Las malas lenguas dicen que lo único que lo salvó fue el mazacote de pelo que suponía ser cabellera. Fue “El Presi” de Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay, Lo que en su momento conformó Las Argentinas de América.

Matanza, estación Ramos Mejía. El colectivo 95 ahora funciona tirado a caballos. Los cartoneros ahora los nuevos taxis, se sube de a dos o tres personas a los carros oxidados chirriantes tirados por el mismo chofer. Por solo siete mil CK tenía asegurada la ida a San Justo. Es mi punto de encuentro con el Gordo Cósmico. Nada sencillo llegar, hace tiempo que nos controlan.Se quiere crear un nuevo orden en este mundo devastado, aún peor que el mítico 2001. Pocos serían los elegidos
¿Selección del más apto? ¿Genocidio? ¿Odio por las diferencias? ¿El culpable?
Milei. Un nefasto, de los malos era el peor.
El Gordo lidera la resistencia desde una gomería de autos. Tiene la fachada perfecta para pasar desapercibido.

Avenida de Mayo al fondo, los primeros tanques de agua se manifiestan ante mis ojos. Frente a mí, el sistema de control, los tanques. Disimulado en esas confusas inocentes construcciones del conurbano, el arma de espionaje más letal. Uno con forma de pava, otro de elefante, plato volador, un crucero, una canasta recubierta en venecitas multicolor, todo menos tanques normales. Desde cada una de esas construcciones se contabiliza y clasifica a los sobrevivientes. Calidad genética, edad, formación, género, ideologías, predisposición a la rebeldía. Ser elegido por un tanque deja una marca que asegura que en el plazo de 5 días se lleva a cabo el proceso de desaparición forzada. Primero el dolor de cabeza, luego las descomposturas y finalmente el Ford Falcón, cuyos faros borran de la mente a tus seres queridos. Sin memoria si hay olvido.

El 95 detuvo su marcha. Un tipo flacucho y cansado fumaba en la puerta, apoyado contra una pila de gomas. Ya no queda tiempo, si se quiere cambiar el futuro es necesario destruir el presente. El Gordo, desde el fondo del local, indicó el camino hacia los portales. Edificios sin terminar, una escalera que llevaba a la nada y un túnel sobre una construcción precaria que daba al vacío. Escapes interdimensionales, volver al pasado para reconstruir un futuro mejor.